miércoles, 3 de octubre de 2007

De amenazas y coacciones

Nada nuevo bajo el sol, nada exceptuando las frecuentes idas y venidas de los que, emergiendo desde el fondo de sus guaridas, vienen hoy a ofrecerse a los amados “compañeros” y “compañeras” con la mejor de sus sonrisas. Apostados a la sombra del edificio controlan las entradas y salidas husmeando a la presa. Con este lacónico trasfondo de campaña electoral nos damos en rememorar al viejo forastero decembrista que hemos conocido recientemente, al hombre adusto de ojos ávidos, el rostro desencajado en una perpetua expresión de coraje al recuerdo de los episodios vividos a lo largo de 60 años de existencia en aras del hoy maltrecho nombre del sindicalismo. Como el comediógrafo romano Terencio él podría muy bien decir: “nada humano me es ajeno” sobre batallas, huelgas, negociaciones y hasta sobre algaradas de fusiles.

El veterano partisano nos cuenta que, por la época en la que una bala le impactó alojándosele en el hombro por espacio de una década… en aquella avanzadilla del desierto del Sáhara había quienes (interpretando a su manera lo que era la práctica sindical) acudían al tajo con el propósito de intimidar a los trabajadores y conminarles a votar a sus siglas. En qué consistían las amenazas es algo que sus camaradas no podían sino intuir teniendo en cuenta la catadura moral de aquella cuadrilla que se vanagloriaba de campar a sus anchas sin que nadie mostrara el valor necesario para irse de la lengua. El respeto que inspiraba la presencia de los cabecillas de la banda en cuestión cuando los trabajadores oían su característico sonido sibilante era alimentado de los desafortunados que en voz bajita narraban las picaduras de las alimañas en sus carnes.

“Una cosa es ponerse a combatir a la infamia, y otra bien distinta la tontería que aqueja a tantos curritos, eso no hay Dios que lo resista”. El buen hombre, imbuido de misticismo proletario, baja la mirada, como avergonzado de reconocer qué cerca estuvo de abandonar en aquella ocasión espetando: ahí os quedáis atajo de cobardes. "Sin testimonios, sin pruebas… ¿qué otra opción nos quedaba sino recurrir a una metáfora inútil?"

“Y con todo no exigíamos más sacrificio que, en el día señalado, votaran sin sentirse intimidados por esos matones hasta el extremos de dudar de si por sus caras no adivinarían qué papeleta metieron en la urna”

“Pero basta –concluyó- al final de todo el aire apesta a pantalón meado que tira de espaldas”

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Oído cocina

Anónimo dijo...

Hay rumores

Anónimo dijo...

Se capta el mensaje