Intermedio con moraleja

Undécima aportación de nuestros lectores con motivo de la pasada celebración del Día del Libro

Nota importante: este cuento es totalmente ficticio e inventado. Pido perdón a Hans Christian Andersen en cuya obra se inspira y decirle que él no tuvo culpa de nada. Cualquier relación de este cuento con la realidad que se le quiera atribuir es mera coincidencia.

Érase una vez un emperador que decidió hacerse un traje asesorado por una completa corte de mentes QUO, mentes inquietas donde las haya, que eran lo más fashion y los más de lo más.

Como este emperador no veía (o no quería ver) mucho más que los brillos del asiento de su flamante sillón emperadorado, quiso que esa cohorte de jóvenes JASP (jóvenes aunque suficientemente preparados) fuesen los encargados de elaborarle su espléndido traje, destinado, claro está, para cualquiera de los numerosos desfiles a los que tenía acostumbrados a sus siervos. Esos mismos a quienes, dicho sea de paso, salía hasta en la sopa.

Puestos manos a la obra en tamaña empresa (importante de mucha importancia), decidieron que, como al emperador al final lo único que quería era ponerse en medio del desfile, pues como digo decidieron que… mira, que daba igual. Así que pensaron que el presupuesto del traje estaba mejor empleado si pasaba a formar parte de su patrimonio personal, dada su extrema sensibilidad hacia las cuestiones patrimoniales por las cuales habían sido requeridos a palacio por el pobre emperador.

Y así las cosas se pusieron manos a la obra y fabricaron un maravilloso traje invisible. Invisible, claro porque las divisas del emperador ya estaban bien invertidas en bancos suizos. Así que, estos super mega fashion jóvenes JASP, pusieron todo su empeño en convencer al emperador de nada que llevaba un pedazo de traje y que eran ellos, sólo ellos, ellos y nadie más, los maravillosos artífices de semejante obra de arte, digna de la más alta de las consideraciones jamás consideradas.

Y… (la vida tiene estas cosas) ocurrió que el emperador se tragó todo el anzuelo, así que crédulo del todo se dejó vestir por increíblemente vaporosas prendas preparadas al efecto por los mega fashion siervos JASP, que le adulaban constantemente y le daban marcha a tope al cepillo mientras se pasaban las monedas del presupuesto del traje de un bolsillo a otro.

Los preparativos del traje se prolongaron durante meses, de hecho, sus incansables y super fashion siervos JASP tuvieron que trabajar mañanas, tardes y hasta noches enteras para conseguir que el traje estuviese listo para cuando el pobre emperador quisiera servirse a colgárselo.

Después de tan fatigosos trabajos ambos siervos, ¡por fin!, tuvieron listo el que sería el traje del siglo, único en el mundo mundial, de tal modo que nadie en el jamás de los jamases se hubiera imaginado nunca que podría existir una prenda tan mega fashion y super guay.

Un día como otro cualquiera el emperador decidió que iba a bajar a lucirse con su maravilloso traje para fardar que no veas por la plaza central del castillo. Tantas eran las ganas que el emperador tenía de ponerse el trajecito que no pudo esperar a que llegase ningún día ni acontecimiento especial de los muchos que el emperador solía tratar habitualmente en su castillo.

Cuando sus asistentes fueron a vestirle se encontraron con un perchero vacío, pero como no eran ellos los que le iban a poner los cascabeles al gato, no le dijeron nada e hicieron como que le colocaban unas prendas que ni maharajá de “más p´allá” y, una vez habían perfumado convenientemente al emperador, comunicaron a su señor que ya estaba listo para fardar. Así, el emperador, cual la Bruni del castillo, salió a la calle se estuvo paseando todo el día por todos los rincones de su feudo, ante el asombro general de sus siervos. Y, como todos eran unos pelotas de cuidado, nadie le dijo nada y ocurrió que el emperador se resfrió y estuvo estornudando siete días seguidos.

Cuando sus nobles y queridos siervos mega fashion JASP volvieron de su viaje a las Sheychelles donde se fueron de vacaciones debido al estrés provocado por tan importante trabajo de mucha importancia y mega guay, el emperador se mostró muy enfadado con ellos y ya no les quería pagar horas extras. Pero los siervos JASP, que no eran nada tontos aunque los había sin estudios, se las arreglaron para convencer al emperador para que creyera que la maravillosa tela con la que habían elaborado su traje probablemente le había declarado algún tipo de alergia. Y una vez oído esto, el emperador dijo que ya no se volvería a poner nunca más ese traje. Y muy enfadado, muy enfadado, se lió a tortas con la percha y les subió el sueldo a sus mega súper siervos por lo mega y súper que eran. Y para que quedase constancia de ello también llamó al pintor de la corte para le retratara con la percha rota en la mano y sus siervos sentados a sus pies en la alfombra de tigres de tasmania (también fashion, regalada por sus siervos y realizada por Perico de los Palotes con esparto de primera calidad), y así las generaciones futuras podrían compartir su enfadadísimo enfado y el gozo de su majestad al romper traje y percha…

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.