El páramo

Recientemente, en nuestro foro, un lector hizo un esbozo del paisaje humano mazarronero evocando entrañables figuras como las de los “barrigones” con cochazos y las de las “mujeres en bata" armadas de lenguas viperinas. La crítica ética y estética pocas veces se encuentran tan estrechamente relacionadas como cuando se habla del bochornoso aspecto de nuestros campos y el panorama social y político municipal del que es fruto.

Más allá de eso no cabe duda que Mazarrón es un pueblo y que, como tal, se respira en él un indudable ambiente pueblerino amén de otras sustancias. Los mazarroneros se conocen unos a otros, y cuando algún día un transeúnte opta por retirarle el saludo a los responsables de esta cosa ya le suponen algún vínculo con alguien que sido mencionado (directa o indirectamente) en esta página, sin necesidad de indagar cual macacos entre las ramas de los árboles familiares o genealógicos. El problema es que esta cercanía no acaba de cuajar en un sentimiento de pertenencia plena a la comunidad, ni tampoco en el del individualismo atribuido, no sabemos en base a qué, al españolito que se decía saltaba a las primeras de cambio ante los atropellos del poder, sino a la costumbre de reaccionar tan solo ante aquello que le afecta de un modo muy exclusivo a él y a su clan familiar.

Alguna vez oímos la extravagante teoría de que la escasa concienciación ciudadana del mazarronero, su distanciamiento, desinterés hacia su entorno colectivo o enormes tragaderas se debe a que gran parte de los habitantes de la localidad descienden de inmigrantes que vinieron a parar aquí cuando era éste un importante núcleo minero, explicación que no se sostiene por ningún lado y no solo por el tiempo transcurrido, si bien cabría preguntarse hasta qué punto podría influir en el estado anímico de la ciudadanía la contemplación perpetua de este paisaje de secano a la hora de echar raíces entre nuestros pedregales.

Unos kilómetros de plástico más allá tenemos Puerto de Mazarrón, que ni es pueblo ni es ciudad, sino algo a medio camino a ninguna parte. En Puerto no se da ni de lejos esa atmósfera propia de la “metrópoli” fuera de los viejos barrios de pescadores y limítrofes, tal vez porque su dispersión geográfica y humana impide una visión de conjunto de los diferentes núcleos de población que lo comprenden, los cuales conviven como satélites aislados los unos de los otros por un mar insondable de meteoritos y agujeros negros.

Los numerosos ciudadanos extranjeros que habitan por estos lares, además, arriban con sus particularidades nacionales. El anglosajón, históricamente (hablando en términos generales) tiene propensión a no mezclarse con los nativos, como si de algún modo se oliese el paño, y Mazarrón no deja de ser por ello el páramo exótico al que simplemente se ha aterrizado, sin ninguna urgencia por indagar bajo la alfombra de la realidad local lo que la propaganda gubernamental oculta. El sudamericano, a su vez, se nos antoja lo suficiente satisfecho con vivir en un lugar que, con algunas similitudes con las zonas más deprimidas de Colombia, no sufre las incursiones violentas de una policía paramilitar o de una guerrilla, con lo de esta guisa es harto difícil que se origine un sentimiento de “comunidad” con la que unificar voces en el sentido de reclamar una mejora de los servicios municipales, no digamos ya de plantear un serio debate público sobre la posibilidad de un secesión con respecto a un Ayuntamiento que lo tiene sumido en el más intolerable de los abandonos, a excepción de aquellas zonas susceptibles de operar de escaparate para el turismo veraniego.

Una urbanización como Camposol (alejándonos de la urbe) ha sido el pozo en el que han ido a morir las expectativas que una minoría "silenciosa” tenía en que sus habitantes influyesen en el devenir político del municipio, o incluso que en el futuro Mazarrón eligiese como alcalde a un nórdico, siquiera para saber qué se siente gobernado por una derecha civilizada. Ocurre que se ha subestimado la capacidad de sufrimiento de los ciudadanos de esa colonia, que han demostrado tener más moral que el Alcoyano; o bien una ingenuidad a prueba de bombas que, según los indicios, aún dará para mucho.