Un paseo en bicicleta

Colaboración de un lector


Lo cierto es que no sé si servirá para algo. Pero yo, por si acaso, os lo voy a contar. Veréis. El otro día se me ocurrió coger la bicicleta un rato. Nada que ver con eso de guardar la línea, ni mucho menos, pero oye, ya que tenía un ratito libre pensé que sería bueno darme una vuelta por ahí para disfrutar de las excelencias turísticas de este nuestro municipio.

No sé ni como, el caso es que, al final, acabé atajando por urbanización Bahía. Esa urbanización que, por lo visto, se pasa bajo el agua medio año y el otro medio luchando contra el ruido, los mosquitos, y un largo etcétera de variables que no vienen al caso y que, además, todos ya conocemos más que de sobra. Sobre todo los que viven por aquellos andurriales.

Bueno, como os decía, el paseo por Bahía fue de lo más gratificante. Lo cierto es que haces piernas cosa mala porque, para empezar, no te puedes sentar en la bicicleta. Como hay tantos baches, estás obligado a ir casi todo el rato de pie. A esto se sumaban los charcos de las últimas lluvias que, como también todos conocéis tristemente y más que de sobra, abarcaban todavía grandes extensiones y hasta calles enteras.

El estado del asfalto es lastimoso, pero no os cuento cuando oscurece, porque si de verdad amáis los deportes de riesgo no hace falta que os marchéis al Pirineo Aragonés a despeñaros por un cerro. Basta con circular de noche por Bahía, donde la luz de las farolas brilla estupendamente por su ausencia.

Una vez visto lo visto decidí encaminar mis pasos hacia la salida a Playa Grande en la intención de corretear un poquito por la Rambla de las Moreras y… ¡para qué os cuento más! Justo al llegar a la última calle de Bahía apareció ante mí el fin del mundo. Una calle todavía peor que las que me había encontrado anteriormente (aunque cueste creerlo), menos farolas todavía y con peor iluminación y todo un enorme barrizal de una extensión infinita ante el cual, hasta la más optimista mirada se deprimiría.

Lo cierto es que me sentí como si hubiera descubierto lo que se esconde debajo de la alfombra. En contraste, cuando salí a Playa Grande vi ese paseo tan flamante de la playita “Q”, y el cuidado que se ha puesto en banquitos y cositas así. Y pensar que, apenas 100 metros más allá de esa fachada se encuentra la mísera realidad que se ofrece para el turismo la verdad, es que se te cae el alma al suelo.

Así que, por favor, no me vuelvan a vender nada ecológico ni pretendan engañarme más con tonterías porque aquí hay lo que hay, y no ha hay nada más. Y el que pretenda lo contrario o es un pelota o algún interés tiene en la manzana podrida.